Bendice al Señor, alma mía,
que todo mi ser bendiga a su santo Nombre;
bendice al Señor, alma mía,
y nunca olvides sus beneficios.
Como un padre cariñoso con sus hijos,
así es cariñoso el Señor con sus fieles;
él conoce de qué estamos hechos,
sabe muy bien que no somos más que polvo.
Pero el amor del Señor permanece para siempre,
y su justicia llega hasta los hijos y los nietos
de aquellos que guardan su alianza y se acuerdan de cumplir sus ordenanzas.
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